SABER DE OÍDO // Un bosque flotante
Este título hace alusión a una forma de conocimiento basada en la escucha y la atención, más cercana a lo sensorial que a lo racional. Inspirada por el concepto del claro del bosque de María Zambrano, la muestra propone un recorrido entre salas concebidas como espacios de esclarecimiento.
Desde que cruzas la entrada del C3A (Centro de Creación Contemporánea de Andalucía) en Córdoba, sabes que no vas a ver una exposición cualquiera. Lo que ha hecho Cristina Mejías aquí es algo más parecido a entrar en un organismo vivo que se activa con tu presencia. Su muestra, que podrá visitarse hasta el 21 de octubre, se despliega como un recorrido circular —física y conceptualmente— que enlaza las salas T2 y T3 en una experiencia inmersiva, y mágica.
Bajo el título de Aprendices errantes y Cantantes silenciosas, Mejías nos invita a reflexionar sobre cómo se transmite el conocimiento, no desde lo académico, sino desde lo sensorial y colectivo. En la sala T3, Aprendices errantes nos recibe con un conjunto escultórico suspendido, conectado por hilos sutiles que casi no se ven. Al caminar, algo se activa: una pequeña vibración, un movimiento que se contagia de una pieza a otra, y con él, un sonido. Es un sistema casi invisible pero profundamente poético: una melodía en tiempo real provocada por la presencia del espectador. El espacio cobra vida contigo dentro. Nada es aleatorio, pero tampoco previsible. Como una danza coreografiada por el azar.
Los materiales no son neutros. Hay maderas curvadas que evocan el oficio de luthier de su hermano, objetos reciclados traídos de Oporto, y un vídeo donde el viento activa otra coreografía, esta vez natural. Mejías se inspira en la forma en que aprenden las ballenas jorobadas a cantar —por repetición, contagio, variación— o cómo vuelan los estorninos. No hay jerarquías, no hay maestros. Solo cuerpos que aprenden de otros cuerpos.
Al pasar a la sala T2, la atmósfera cambia, pero la sensación de estar dentro de algo más grande permanece. En Cantantes silenciosas, la artista trabaja con la luz como si fuera materia. Aquí el juego está entre reflejos, transparencias y sombras. Una pieza se ilumina cuando te acercas, creando una coreografía de luz que transforma el espacio, en diálogo constante con las celosías arquitectónicas del propio edificio.
El vídeo en esta sala es una suerte de libro abierto en dos pantallas, donde los objetos —como en un universo simbólico— se encuentran, se rozan, suenan. La conversación subtitulada entre la artista y su hermano añade una capa íntima que conecta esta instalación con la anterior, cerrando así el círculo.
El C3A, con su arquitectura expansiva y su luz natural filtrada, es el escenario perfecto para este tipo de propuestas. Cristina Mejías ha sabido escucharlo, habitarlo y amplificarlo. El resultado no es solo una exposición, sino una experiencia que se siente en el cuerpo, en el oído, en la piel. Una obra que te recuerda, sin decirlo, que todo lo que hacemos —aunque sea mínimo— tiene impacto. Porque, como en las instalaciones de Mejías, estamos todos conectados.
Detalle de la instalación de la artista en el c3a Centro Andaluz de Arte Contemporáneo de la ciudad de Córdoba en España.
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